Este fin de semana he podido comprobar cuanto de cierto hay en este dicho.
He ido, con mi santa, a pasar el fin de semana al Hotel Villa Venecia, de Benidorm. Se trata de un Hotel boutique “todo exclusivo” (te lo remarcan mucho) de cinco estrellas, inaugurado hace menos de 2 años en la plaza del castillo de Benidorm, contando para el evento nada menos que con el presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps. La situación es privilegiada (incluso mas de lo que cabría esperar de la ética urbanística. No se si en esto también habrá tenido algo que ver el señor Camps), y las vistas desde el mismo son preciosas. Contratamos una oferta que incluía una botella de cava de bienvenida, una “cena de gala exclusiva” para dos personas con menú muy rimbombante, el alojamiento la noche del sábado en habitación doble y el desayuno del domingo, “que podía ser sustituido por un brunch” (hay que ver que modernos). El precio de dicha “oferta”, superaba ampliamente los 300 euros, en pleno mes de febrero. Vamos, ningún chollo, pero… tratándose de un hotel de esa categoría… .
Cuando llegamos al hotel, nos dicen que no hay parking (en su página web hablan de parking con aparcacoches), pero que nos pueden llevar el coche a un lugar concertado, a un precio de 20 euros por noche, mas IVA. Si lo necesitamos de nuevo, debemos avisar con tiempo porque tardarán unos veinte minutos en traerlo. “Es que el chico va andando”, nos dicen en recepción.
Ya en la habitación (pequeña, pero agradable) nos damos cuenta que no hay ningún lugar donde poder abrir la maleta, aunque hay un rincón que parece pensado para alojar un pequeño banco a tal efecto. Lo preguntamos a la recepción y nos dicen que no hay “porque como es un hotel boutique…”. Así es que la maleta se queda abierta en el suelo todo el fin de semana.
Mi señora se da cuenta de que en el hotel disponen de “carta de almohadas” (¡que bien queda eso!). Llama a recepción (otra vez) para pedir una almohada de látex y le contestan que enseguida la traen. Solo tardan 6 horas en traerla (“porque el chico no había llegado todavía). Mas o menos el mismo tiempo que tardan en traer una botella de vino espumoso de Requena, junto con unos bombones de Valor y un fresón reseco y partido por la mitad, que se supone eran de bienvenida.
Después de comer, al tumbarnos en la cama para descansar un rato, nos damos cuenta que la misma esta muy inestable y cuando buscamos el motivo vemos que las patas tienen los tornillos medio sueltos. ¡"pa habernos matao"!.
La famosa “cena de gala exclusiva” prometida consistió en un carpaccio de vieiras (cuatro rebanaditas micrométricas de vieira, con tres berberechos encima y cuatro o cinco daditos de tomate), un consomé de verduras (un cacillo de caldo moderadamente clarificado, soso de sabor, servido encima de una cucharada de verduras normales y corrientes, cortadas en juliana y cocidas al dente, sin mas), Unos calamarcitos al “no se que” (tres chopitos pasados por la plancha, junto con una cucharada de arroz blanco, ennegrecido con tinta de calamar) y un solomillo de cordero, que realmente fue lo mejor de la cena (tres dados de solomillo de cordero, asados al punto, sobre unas rodajas de patata hervida y salseados con jugo de carne). De postre, un helado de nata, servido sobre un poco de mermelada de fresas y con una cucharada de helado de chocolate encima (como ven, muy sofisticado). Total, una cena que en cualquier restaurante “decente” (y les puedo asegurar que he visitado unos cuantos), si la hubieran ofrecido (que lo dudo) como “menú para grupo” (era menú fijo para todos los huéspedes) no hubiera superado los 40 euros por comensal.
Ya en la habitación, nos damos cuenta de que la “cortina opaca” que evitará que el sol nos dé en la cara a las siete y media de la mañana, está toda descolgada, por lo que nos toca hacer malabarismos para intentar sujetarla lo mejor posible (“por no esperar otras cuantas horas a que “el chico lo pueda arreglar”). El aire acondicionado tampoco debía funcionar bien porque, a pesar de aparentemente haberlo desconectado, nos toco pasar la noche (recuerden, febrero) con la ventana abierta porque el calor era sofocante.
Ya por la mañana, una vez llena la bañera con la intención de tomar un baño de hidromasaje, me doy cuenta de que el mando de la bañera no funciona, por lo que desisto de la idea y me doy una ducha (después de varios intentos, porque el conmutador de la ducha/baño, tampoco funcionaba). Tampoco funciona el mando a distancia para bajar y subir los estores que aíslan el baño acristalado, pero esto, quizás era lo menos importante. Podíamos haber llamado a recepción, pero posiblemente hubiera tenido que tomar el baño con el agua helada.
Decidimos tomar el desayuno (porque el brunch no era mas que la comida de menú, adelantada a las 11 de la mañana, con las bebidas facturadas aparte), que no era buffet, sino servido en mesa. Nos sirvieron un zumo de naranja (¡natural afortunadamente!), unas medias tostadas de pan de molde casi frías, unos trocitos de jamón de York, de jamón serrano y de queso, y dos o tres piezas de “mini dulces” que no estaban mal del todo. Para terminar, un poco de macedonia de frutas, en vaso de chupito. ¡Ah!. También nos sacaron la carta de desayunos calientes para si queríamos, previo pago, pedir algo. Eso si, durante todo el desayuno, una chica correctísimamente uniformada, repartía una encuesta de “satisfacción” para “poder mejorar sus servicios”.
Pueden imaginar mis respuestas a la encuesta. Supongo que no me contestarán o que lo harán de forma “automática” asegurando que solucionaran los problemas y que lo sienten mucho. Mientras tanto, si pensaban visitar el Villa Venecia, yo me lo pensaría dos veces.